INFODEMIA

Por Hugo Müller

Infodemia. Contagios de estupidez y mal periodismo en Internet

Estamos afrontando una crisis notable de estupidez, mal periodismo y pésima comprensión del público. Las corporaciones y redes sociales occidentales (Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, Snapchat y Reddit) y sus equivalentes chinos (WeChat, Weibo, Tencent y Toutiao) están en el corazón de esta crisis. Sus platformas actúan como facilitadores y multiplicadores de información errónea relacionada con Covid-19. Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director general de la OMS, advirtió que se debían tomar medidas urgentes para atender a la “infodemia” del coronavirus. 
El 19 de enero –una semana antes del año nuevo lunar- Tommy Tang dejó Shenzhen con su novia para visitar a su familia en Wuhan por unas vacaciones. Habían escuchado del nuevo coronavirus (ahora oficialmente conocido como Covid-19), pero por lo que sabían, estaba localizado en una pequeña área. El gobierno local le había asegurado a la gente que sólo afectaría a aquellos que visitaran un mercado de comidas específico y lo contrajeran directamente de animales salvajes.
Pero la noche del 20, el doctor Zhong Nanshan —el mismo que reveló el alcance del SARS en 2003— fue a un programa de la TV nacional para corregir el registro. El virus se podía diseminar de persona en persona, dijo. Sobrevino el pánico. Por la noche, todos en la ciudad comenzaron a usar máscaras. Tang y su novia se dieron cuenta de que ya no era seguro permanecer. Cancelaron sus planes y partieron en un tren al día siguiente. Menos de 48 horas después, la ciudad entró en cuarentena.
De regreso en Shenzhen, se auto-confinaron por 14 días, dejando su departamento sólo una vez por día, con máscaras, para sacar la basura. Tang, cuya familia también vive en Shenzhen, no pudo reunirse con ellos para festejar las vacaciones. Le deseó “feliz año nuevo” a su madre a través de la mirilla de su departamento. Ordenó de todo por delivery, desde comida a jabón y papel higiénico a través de apps como Meituan Waimai y Dada-JD Daojia. Al tercer día de cuarentena, Tang entró en pánico cuando abrió las apps y vió que todo se había vendido.
“No había nada allí, cero vegetales, pero comparado con Wuhan, era extremadamente fácil” nos cuenta por Telegram.
Más que nada, la mayor fuente de ansiedad ha sido el tortuoso proceso de observar las noticias desplegarse en las redes sociales. Reflejaban y amplificaban los temores a niveles que él jamás había experimentado. El y su novia sufrieron de insomnio y múltiples ataques de pánico. Están aterrorizados de contraer el virus y temen por el bienestar de sus familias. “Honestamente, es realmente duro describir lo que sucedió durante aquellos 14 días. No había otra cosa que hacer salvo leer las noticias, y las noticias se ponían peor cada día. Esa es la peor parte para la gente de afuera”.
El 2 de febrero la OMS (Organización Mundial de la Salud) hizo referencia a la “masiva infodemia”, refiriéndose a la sobreabundancia de información –algunas precisas y otras no- que le hacían difícil a la gente encontrar fuentes y guías confiables cuando las necesitaran. Es una distinción que pone al coronavirus aparte de las previas epidemias virales. Mientras el SARS, MERS y el zika causaron pánico global, los temores alrededor del coronavirus han sido especialmene amplificados por las redes sociales y medios de comunicación.
Esto ha permitido que florezca y se expanda la desinformación a velocidades sin precedentes, creando un ambiento de elevada incertidumbre que ha acicateado la ansiedad de las personas y el racismo online.
Por su parte, la OMS ha intentado abordar el tema asociándose con Twitter, Facebook, Tencent y TikTok para detener la infodemia. Recientemente, por ejemplo, lanzó un alerta Google SOS para colocar la información de la organización al tope de los resultados de búsquedas de la gente relacionadas con el coronavirus. También ha estado trabajando con Facebook para apuntar a poblaciones y demografías específicas con anuncios que provean importante información de salud. Nunca ha ido tan lejos al punto de alcanzar a influence asiáticos para intentar mantener la mala información a raya.
Las redes sociales y las organizaciones de la salud también se han comprometidos en esfuerzos para combatir la infodemia. TikTok ha intentado eliminar a propósito videos engañosos, diciendo en una declaración que “no permite mala información que cause daño a nuestra comunidad o a un público más grande”. Facebook también ha trabajado para anular posts con dudosos consejos de salud, y Tencente, dueña de WeChat, ha usado una plataforma de verificación de hechos para escudriñar los rumores sobre el coronavirus que circulan online.
Pero la tremenda avalancha de contenido ha sobrepasado los coordinados esfuerzos para despejar todo el ruido. Así se ha creado un terreno de crianza pára contenido xenófobo. Memes e insultos racistas han proliferado en TikTok y Facebook. Algunos adolescentes han proporcionado diagnósticos de coronavirus falsos para ganar más influencia en las redes. Esta toxicidad online también se ha trasladado a las interacciones personales. Los asiáticos han afrontado asaltos y ataques racistas, y los restaurants chinos (y los barrios chinos enteros del mundo), han ingresado a un bache en sus negocios.
Niveles similares de discriminación han sido reportados en China contra la gente de Wuhan y la provincia de Hubei. En algunos casos, aquellos que quedaron varados por estar viajando durante la cuarentena no fueron admitidos en los hoteles cuando sus documentos de identidad revelaban sus domicilios.
Pero así como las redes sociales han perpetuado la mala información, han sido una importante fuente de información verificada. Periodistas de todo el mundo usaron redes sociales chinas para obtener una imagen más precisa de la situación y reunieron y archivaron informes verificados para la posteridad. El volumen de anécdotas e informes personales que circulan cada día sobre la verdad de campo en China también ha presionado al gobierno para divulgar información más precisa sobre la crisis. 
Por ejemplo, en los primeros días varios doctores tomaron las redes sociales para levantar alarmas sobre la severidad de la situación. Aunque el gobierno rápidamente los reprendió y se movilizó para controlar el flujo de información, sus advertencias se hicieron virales, y aceleraron la disposición del gobierno a ser más comunicativo acerca de la realidad. Más tarde, cuando Li Wenliang, uno de los doctores, murió de la enfermedad, las plataformas chinas se encendieron con una efusión de angustia y rabia, cuestionando la decisión y autoridad del gobierno. El descontento fue tan penetrante que frustró a los censores.
Esta actividad de las redes sociales también puede ser explotada en el futuro para atrapar y rastrear futuras enfermedades. Diversos servicios ya están usando estas técnicas para ayudar a los agentes de salud pública a monitorear el avance del coronavirus.
Raina MacIntyre, una experta en bioseguridad de la Universidad de Nueva Gales del Sur, publicó un estudio que halló que lugares calientes de tweets podían ser buenos indicadores de cómo se expande una enfermedad. “Especialmente cuando hay censura o falta de recursos para informar sobre la misma” dice ella. Esto podría ayudar a las organizaciones a reaccionar antes durante una epidemia, deteniéndola antes de que devenga en emergencias de salud globales.  
De un modo extraño, las redes sociales también se han convertido en un espacio para el dolor colectivo. En Weibo y WeChat, abundan las historias de desesperación y amabilidad. Junto con las expresiones de temor de gente atascada en cuarentena y de pacientes incapaces de recibir tratamiento. También hay anécdotas de gente donante, voluntarios y asistentes que se ofrecen generosamente de modo inesperado.
“Estas historias personales, no las lees mucho en la cobertura internacional de la pandemia” dice Shen Lu, un periodista de Boston que ha estado siguiendo de cerca la actividad de redes sociales chinas en torno al coronavirus. Pero se han transformado para la gente en una importante vía para seguir la crisis –dentro y fuera de China-, sirviendo como una forma de catarsis y brindando, en medio del pánico y la toxicidad, un pequeño rayo de esperanza.  
Mientras varios distritos escolares de toda la nación cerraron para prevenir la diseminación del Covid-19 los grupos de redes sociales y secciones de comentarios se tranformaron en el terreno propicio para intensos argumentos sobre si las medidas están garantizadas. “Sobreactuación clásica” escribió un usuario de Facebook, destacando una decisión del 4 de marzo de un distrito escolar de Washington de cerrar sus instalaciones por 14 días. Otros, en el hilo de más de 250 comentarios, apoyaron la movida, felicitando a los administradores por su rápida respuesta. Aún otros plantearon inquietudes prácticas de la mente de varios padres esta semana. “Esto es grandioso y todo, pero aún necesito ir a trabajar” escribió uno.
Algunas conversaciones van en una dirección: las redes sociales están ofreciendo a la vez una ventana a nuestra respuesta colectiva al brote de coronavirus, y un modelado de nuestra reacción en primer lugar –para bien y para mal. Mientras Covid-19 se expande en Estados Unidos, redes como Facebook y Twitter, que casi no existieron –o apenas lo hicieron- durante las pasadas epidemias, facilitan actualmente importantes conversaciones sobre el virus, y simultáneamente habilitan el sensacionalismo y la difusión de mala información y las famosas “fake news”. Más aún, según los expertos el nivel sin precedentes de información en tiempo real a nuestros dedos nos da las herramientas que tomamos para tomar decisiones inteligentes, pero también nos pone más ansiosos sobre lo que vendrá.
La visión optimista es que las redes sociales pueden probar ser útiles en un tiempo donde varios de nosotros estarían de otro modo aislados. Las conversaciones sobre el coronavirus, especialmente aquellas a nivel comunitario, pueden ayudar a navegar esta crisis, según Jeff Hancock, profesor de comunicación de la Universidad de Stanford y director del Stanford Social Media Lab. Estas discusiones están “reflejando cómo la sociedad está repensando y reaccionando a la crisis. Le permiten a la sociedad hablar a su modo de lo que es una especie de amenaza sin precedentes” –dice Hancock.  Científicos y otros expertos en salud pública también están usando las redes sociales para comprometerse más directamente con el público y discutir investigaciones emergentes, mientras líderes comunitarios las usan para formar redes de voluntarios ad-hoc que ayuden a vecinos vulnerables.  
Pero por cada experto intentando compartir información precisa, o líder comunitario organizando tiendas de comestibles, hay miles de usuarios difundiendo rumores, sensacionalismo y otras formas de desinformación. “Saca a todos de la carpintería” dice Daniel Rogers, profesor asistentes de la Universidad de New York y cofundador de la ONG Global Disinformation Index, que trabaja para contabilizar fuentes de información falsa en Internet. “Cada artista estafador, cada vendedor de curas tontas… cada conspirador, cada troll de Internet”.
Con información contradictoria sobre Covid-19 emergiendo de los niveles más altos del gobierno, los expertos en desinformación dicen que es más importante que nunca para quienes tienen información precisa asegurarse ser escuchados. Esto es más fácil decirlo que hacerlo. Los algoritmos que configuran lo que vemos en redes sociales típicamente promocionan contenido que atrae más compromiso, publicaciones que hacen que las cuencas oculares se extiendan más lejos. Los investigadores dicen que aquel modelo es parcialmente responsable por la difusión de mala información y el sensacionalismo online, dado que el contenido emocional o schockeante es especialmente bueno para captar la atención de la gente. 

Rogers dice que las redes sociales generalmente han adoptado una postura agresiva para contrarrestar la información errónea sobre el coronavirus. En parte,  porque moderar contenidos como esos entraña menos riesgo de enojar a los usuarios que actuar como árbitro en información política errónea más sensible. Pero aún estos esfuerzos son un juego de “aplastar a un topo o rana saltarina”, ya que el contenido erroneo se esparce más rápido que cualquier acción de las plataformas para combatirlo. Para las redes sociales, realizar esfuerzos más efectivos para controlar el contenido falso requiere de mucha más inversión de recursos.

Más allá de servir como un escenario o foro comunitaria, los expertos dicen que las redes sociales realmente están cambiando el modo en que la sociedad percibe y responde a la pandemia de Covid-19. Los humanos toman señales de otros humanos, y estarán más dispuestos a comprar pánico si ven a otros posteando sobre su pánico, dice Santosh Vijaykumar, un investigador de comunicación en salud y emergencias de la Universidad de Northumbria. “Estamos viendo una preocupante tendencia donde comportamientos específicos son disparados por el miedo y la ansiedad —como cargarse de papel higiénico y alcohol en gel—, luego se normalizan y se difunden porque son constantemente discutidos en las redes sociales” –escribe en un e-mail.  El otro lado es real también —si la gente ve fotos de sus amigos en Instagram, en varios lugares, ignorando el llamado a la práctica del “distanciamiento social”, estarán más dispuestos a salir y remedarlos.

Asimismo, imágenes y datos de lugares golpeados duramente como China e Italia nos dieron una amplia razón para prepararnos por lo que sabemos está viniendo. Pero el doctor Lee Riley, jefe de la División de Enfermedades infecciosas y Virología de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Berkeley, dice que el diluvio en la cantidad de infecciones diarias (debido en parte a protocolos de testeo más rápidos y baratos en todo el mundo), también le agrega una terrible dimensión a nuestra comprensión de la expansión mundial del virus, contribuyendo a un clima de ansiedad e incluso parálisis (fueron varios los médicos que se suicidaron ante el fragor de la pandemia). “Lo que es diferente esta vez es la tecnología que tenemos para la comunicación masiva y las redes sociales” dice Riley, comparando al Covid-19 con pandemias pasadas. 

Todavía, algunos expertos dicen que una saludable dosis de miedo puede ser lo que justo necesitamos durante una crisis como ésta, que potencialmente alterará el mundo. Khudejah Ali, un investigador de fake news y comunicación en salud, ha estudiado cómo los agentes de salud pública pueden diseñar mensajes de riesgo para la salud en epidemias. Ella halló que un moderado nivel de sensacionalismo buscando elevar el temor en mensajes como estos podría aumentar el compromiso de los usuarios. En su email dice que cuando estos mensajes se combinan con información útil que ayuda a la gente a protegerse y diagnosticar síntomas, pueden ser poderosos e inducir a la acción, resultando en una amplia aceptación y compromiso en todas las poblaciones.

Y como explica Hancock, en el medio de una crisis de salud pública, no es necesariamente un problema para la gente estar nerviosa, en la medida que dicha ansiedad los motive para prepararse y mantenerse a salvo, y no crucen la línea a un pánico total. A veces pensamos que la ansiedad es mala, pero en ocasiones es una respuesta apropiada. Significa que la gente está prestando más atención a la necesidad de protegerse, y proteger a sus seres queridos. 

Más allá de las visiones optimistas, complacientes con el comportamiento del rebaño, y de que la premisa es seguir las recomendaciones de la OMS –completamente condicionadas por los intereses de la industria farmacéutica, cada vez más poderosa y dueña del destino de la humanidad-, el pozo negro de Internet a veces hace estallar las cabezas. Como ahora. Millones de personas han observado un video online que recicla conspiraciones de salud desacreditadas en lo que parece un mañoso documental sobre el coronavirus y las vacunas.

El éxito del video, parte de un documental llamado “Plandemic”, cristaliza cada cosa terrible de Internet. La gente impulsando una conspiración sin base usó su conocimiento extremo online para desatar un goulash de desinformación, las compañías de Internet no pueden hacer lo suficiente para prevenir su expansión, y nosotros nos lo comimos. Esto ocurre una y otra vez. Pero no podemos ayudar a detenerlo.
Todos necesitamos entender que la desinformación se esparce con la sofisticación de una compañía de marketing de películas. Las autoridades creen que deben aprender a jugar a la popularidad online como una Kardashian. Y los lugares de reunión online necesitan coordinar efectivamente la defensa contra los showmen que venden basura.
Primero, hay poder en la comprensión de la mecánica que hace que el escenario de “Plandemic” se torne salvaje. Mi colega Davey Alba describió cómo un grupo marginal de personas, dudosos medios de comunicación y personalidades online comenzaron a promover hace semanas al desacreditado científico que participa del video. Y una vez lanzado, grupos online que frecuentemente promueven conspiraciones falsas ayudaron a difundirlo en Facebook y YouTube. El gran marketing hace que un producto —ya sea una película de superhéroes o un video infundado— se vuelvan grandes.

Aún aquellos que no creen que la seudociencia del video pueda inadvertidamente haber estado ayudando a difundir sus falsas ideas. Cuando compartimos información en nuestros círculos sociales —aún cuando les decimos lo erróneo que pensamos que están— se esparce aún más, dijo Ben Decker, un investigador de desinformación que trabaja en The Times.

En cambio, si queremos combatir la desinformación en nuestras redes, debemos hablar con nuestros seres queridos directamente, y tener empatía en por qué podrían creer mala información. Decker también dijo que las compañías de Internet necesitaban trabajar juntas para enlentece la mala información que es coordinada a través de múltiples nodos de reunión online. Facebook y YouTube eliminaron la escena original de “Plandemic” luego de que millones la habían visto. Y las versiones continúan surgiendo.

Luego del asesinato masivo en una mezquita el año pasado en Nueva Zelanda, Facebook puso marcadores identificables en un video en vivo de la masacre desde el punto de vista del tirador, de modo que sus fragmentos no puedan ser reposteados cuando el video original se eliminó. Esto no ocurrió con el video de “Plandemic”, aseveró Decker.

Para su haber, Facebook, YouTube, Twitter y otras han intentado luchar contra la difusión de mala información relacionada con el coronavirus dirigiendo a la gente a fuentes confiables como la OMS, pero la verdad que esta organización global, con sede en Ginebra y patrocinada por Bill Gates y capos de la industria farmacéutica, tampoco es una garantía en sus resoluciones y declaraciones. Además, como han destacado mi colega Kevin Roose y el investigador de discursos del ciberespacio Renée DiResta, las autoridades convencionales no han aprendido a dar información precisa al apelar a las audiencias de Internet porque han tenido a los peores actores online. Y desafortunadamente, la información precisa es a menudo más compleja que la atractiva claridad de las teorías conspirativas.
La información falsa sólo se pondrá peor en esta pandemia mientras algunas personas siembren desconfianza hacia los médicos expertos y cualquier potencial vacuna contra el coronavirus. Esto es peligroso, y se los puede detener comprendiendo la mecánica de la mala información, y no abanicando las llamas.
La infodemia compromete la respuesta al brote e incrementa la confusión pública, además de promover la hipervigilancia y el hallazgo de chivos expiatorios; todo en base a rumores, inventos y exageraciones de idiotas pagos o trolls insensatos.

Los gobiernos, las autoridades de salud pública y corporaciones digitales necesitan no sólo promover la alfabetización digital sino combatir los modos en que las redes sociales podrían estar propagando una era irreversible de post-verdad, aún luego de que la pandemia del Covid-19 se disipe.
Una teoría conspirativa popular sostuvo que el virus fue desarrollado como un medio de librar una guerra biológica contra China. En China, se esparció el rumor de que la investigación de armas biológicas en el laboratorio de Wuhan resultó en la ingeniería genética del Covid-19, que luego fue liberado. Estos rumores han puesto en riesgo la relación y el trabajo conjunto entre científicos occidentales y chinos en la búsqueda de una vacuna para el coronavirus.
Otra fuente de mala información son los remedios caseros y drogas que se proponen para combatir la enfermedad. Medicinas naturales y tradicionales se arrogan la cura del ebola y del Covid-19, así como tragos con alcohol, menta y especies como azafrán y cúrcuma se difundieron en Irán a través de Twitter. Y hasta el presidente de la primera potencia mundial sugirió la inyección de detergente como método probable para aniquilar al virus maldito. 
Durante tiempos de emergencia y desastre, surgen cuestiones urgentes que requieren una respuesta inmediata. El problema es que los funcionarios no proveen consistentemente la información precisa ni con la rapidez necesaria.

Una sociedad de posverdad es una en donde opiniones subjetivas y reclamos infundados, encaramados en su influencia pública, disputan y niegan hechos biomédicos científicamente validados. La necesidad de tener evidencias para apoyar argumentos razonados se minimiza, y al mismo tiempo, la norma social concerniente a cómo y por qué la gente debería hacerse responsable por lo que dice se debilita. 

Ultimamente los científicos y otros expertos han perdido legitimidad social y autoridad a los ojos del público porque lo que aportan a la mesa ya no es valorado. Cuando se afrontan emergencias complejas, los agentes públicos deberían ser cautelosos antes de hacer pronunciamientos prematuros; en cambio, les convendría pensar declaraciones que aseguren precisión y evitar escollos que induzcan a la mala interpretación y exageración. De algún modo paradójico, este cuidadoso abordaje también podría contribuir a la formación de un vacío informativo que los rumores y falsedades están demasiado preparados para llenar.
En la era digital, el tiempo necesario para analizar, confirmar y comunicar información no puede competir con la instantánea propagación de información errónea en las redes sociales, y en todo Internet en general (incluida la tan laureada y mimada Wikipedia). Este impacto es más pronunciado por la tendencia humana a aceptar las declaraciones que refuerzan nuestros puntos de vista establecidos, y descartar aquellas que los contradicen.



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